jueves, 18 de septiembre de 2008

"Ayer estuve por la Ciudad Vieja y vi una cosa que siempre sospeché que tendría que ver. Me metí en un barcito chiquito, tan chiquito... que los rostros parecían confundirse en el aire de espuma que es la mañana acá. Entre los abrigos el olor a fritura, a grappamiel y el recuerdo de los cigarros de antaño. En el fondo de un vaso suena la canción que me acompañaba de pequeñita en los viajes de rutas: Totem, Jaime Ross, de los que te olvidaste. Pensé en ese párrafo que es así, del color que te estoy contando, y de repente me vi caminando cuestarriba por esas calles de nombres confundidos, cambiados, que no existen si no es ahí. Ahora sé que todo puede esconderse en las aberturas de mis buzos creadas solamente para mis pulgares, a medida y a mano, como todo.
Estás perdida, pensaste, y los caminos se cruzan, se tapan, se quiebran en el puerto y todo en estos colores sepias, amarillentos, tristísimos. Yodo, algodón y brazo. La casa de la Iaia vista desde el mantel y el pedregullo que no termina más y nunca sabremos si será asfalto algún día, si los charcos que son como comisuras repletas de saliva van a dejar de salpicarnos la cara cuando ellos pasan de tan adentro.

[Estoy dormida en los brazos del tiempo].

Miré en los ojos de un ahorcado, tan fijamente que pareciera ser mi propia cara, mis propias facciones desgarradas en el silencio que es como una noche personal para el que esté arriba, entre las cuerdas. Entonces la ahorcada fui yo, suicidada por Montevideo. Todo parte del sentido de pertenencia, la aceptación o la negación, sentirme baldosa, linyera o floristadeojostristesvendiendoclavelesenRodó. Las suelas de mis zapatos hablan al unísono y suenan como mil voces dentro de mi cabeza. Los unísonos de mis zapatos son suelas que hablan dentro de la cabeza que está sobre mis hombros y que pesa, pero no pesa, y la dejo en la almohada sólo para no olvidarme después dónde la dejé.

(...)

No soy tampoco tan desastrosa, dijiste. Cuando pongo cara de condón o de vello púbico estas calles se estremecen como si jamás hubiesen presenciado cosa parecida. Al final de cuentas fruncir el seño no es más que una costumbre detestable y hedionda que mejor ni te cuento."


Cartas de mí.


viernes, 5 de septiembre de 2008

Mayúscula.
Mayúscula interminable en el aire.
Necesito no hablar, no dejar que las palabras escapen de mis labios. Cerralos en el vientre de semen que es Montevideo, contaminado por algún zapato, algún cuerpo extraño fabricado de espinas y humareda mientras los niños cierran los ojos y las damas de crochet envuelven su virginidad en mismanoscomovaginas.

Mi nombre se define en un solo movimiento masturbatorio. [Soma]. Lo he gritado desde mis vísceras y el aliento nocturno de los sexos compartidos.
Ella gime con los pies y sus ojos se hunden en la viscocidad de mi pelo. Más tarde sé que mencionará lo despreciable de mi "alma", el entrecomillado absurdo de las alquimias revolcándose en mi cama. Y sé que tendré que asomar mi rostro entre sus piernas, rozar el mortecino vello de mi barba por esas piernas de acero nebuloso.
Estoy ahogándome en charcos de sífilis que no son más que el vómito de mí mismo. En esta semi-oscuridad construida distingo la brasa de su cigarro [Ella], que se hace más y más fuerte en cada chupada. El pasado se recrea en la ropa arrinconada y arrastrada por el suelo. Ella y sus sombras, ella y sus miles y millones de caras, de narices, de bocas, de miradas como estampitas religiosas.