martes, 6 de enero de 2009


Estuve antes en un punto como este, sobre los mismos championes gastados -que mamá sólo lava a escondidas y entre risitas nerviosas- y con el viento que corre este pelo así, hasta la visión, hasta que pienso que toda yo soy un montículo de sal y voy detrás de las palabras para alcanzarlas a tiempo, antes de que entren por las pestañas y traspasen la barrera de los dientes. Ya había pisado estas baldosas, con la misma parsimonia, el gesto de cansancio que nunca evito, la mirada que es más de ella que mía y que se me escapa a no sé dónde, hacia rinconcitos de pasado que no existieron jamás y que tuve que inventarme para saberme niña entre tantos gigantes.
Ya no sé lo que digo. Todo se escurre entre paredes y batallas de gentes absurdas. Las cuestiones del karma son como jeroglíficos o cosas todavía más imprecisas e indescifrables en este espacio mío. Y cuando digo es como si la convicción en verdad existiera. (Después llega el mensaje, la pantallita que estalla de colores, y los dedos se golpean y suenan a mis espaldas como si yo no me diera cuenta). Cuando digo todo esto no existe: el cuarto trasladado, los cambios de planes, los chistes, las bromas, las peleas, esta cerveza deslizándose por la garganta y llevándoselo todo en remolinos y estómagos ajenos. Y si pido que vuelva la certeza es como negar todo lo que construyo, volver a los quince años de sopetón sólo por lo dulce de la palabra. Como si en verdad esperara sentir el olor de las diecinueve en el living de la abuela Aurora, el mate lavado y el informativo quenuncadicenada.
Espero entre espejos que se dan vuelta... y el movimiento no cesa. Es leer entre pancartas lo silenciado: "El agua o el aceite; la complementación de los polos; el calentamiento global; vos más que vos; lo uno o lo otro; amase hasta obtener un bollo liso y deje leudar al doble de su volumen".