viernes, 13 de noviembre de 2009

Hay alguien que no está. No es una sombra ni una ausencia, es apenas el rumor de un vestido que se mece a centímetros del suelo. Pies descalzos en las baldosas frías de la cocina. Chandra tiene las uñas de los dedos de los pies de un color azul metálico. En cada dedo un anillo (no me explico cómo pueden inventar cosas tan pequeñas) o en cada anillo un dedo. Los ojos son quizá grises, quizá azules, y mira como si estuviera buscando algo que le nace del pecho y que se eleva sobre sus sienes con precisión de reloj posmoderno. En el vestido cosieron improvisadamente unos bolsillos de tela cuadrillé naranja (el resto del vestido de un algodón blanco perlado) y ella deja descansar sus manos en ellos con total serenidad. Se pasea por la cocina en puntitas, practica una danza de hace siglos que le enseñó su abuela o la madre que nunca vio con sus ojos de lince. El vapor del agua hirviendo hace rechinar la caldera en la hornalla, saca de su bolsillo un sobrecito de té y lo introduce en una taza que es enorme. Vuelca el agua. Ya no hay olor a nada que sea de este mundo –o no puede sentirlo-.