martes, 9 de noviembre de 2010

Extracción de algo que escribo.

5

Entramos a la casa de Laura como si estuviésemos entrando en un museo viejísimo. Todo nos alucinaba: las montañas de libros apilados sin criterio uno sobre el otro, las radios añejas y los televisores que habían dejado de funcionar hacía años. Bruna daba sorbos a un vaso de cerveza larguísimo y contemplaba las cosas con su cuerpo, tocaba los bordes de las radios con su pelo o su nariz. Yo no podía hacer nada, apenas me movía. También tenía un vaso de cerveza en la mano. Había estado pensando tanto en Saussure que tenía ganas de vomitar signos lingüísticos, y Laura parecía entender todo eso. Además de ser parte de la casa, ella convivía con las cosas como si fuera un anticuario. Su cuarto tenía el color de un lugar donde las cosas pasan sigilosas. Bruna bebía su cerveza alucinada.

Esa noche nos cocinamos algo rápido, desmorrugamos marihuana y nos la fumamos como murciélagos. Esa era la vida, quizá. Después hablar, fingir ser psicólogas, médicas, abogadas, fisicoculturistas. Comentar los libros que leímos, pero como mujeres. Las mujeres vivimos las palabras, nos atragantamos con ellas y las saboreamos con el cuerpo. Las mujeres somos cuerpo. Los años de lectura femenina siempre decretan el cuerpo como modus operandi del accionar femenino. Nosotras nos enloquecemos de palabras, creemos en nosotras mismas, en nuestras madres, en nuestras vaginas y en que algún día podremos dejar el cigarro.

Estuvimos sentadas en el living de Laura toda la noche. La cerveza no se terminaba jamás, seguía acumulándose en la barriga y yo ya me sentía espesa.

-Lo bueno de las palabras es que no te dan cáncer –dijo Bruna mientras se encendía un cigarrillo.

-Lo bueno de las palabras es que no te provocan gonorrea –dijo Laura sosteniéndose el pelo con una gomita violeta.

-Lo malo de las palabras es que no te garchan –dije, e hice un globito con un preservativo que tenía en la mano.

-En momentos así me siento tan hinchada como un globo de helio, la cerveza se apretuja toda en mi organismo y me olvido de los límites de mis manos, que se hinchan y no me dejan tocar las cosas con la delicadeza de las mujeres –dije.

-Una vez estuve hinchada, hinchadísima de cerveza, y estaba sola en San Telmo. Salí a caminar después, tenía mis auriculares y un disco nuevo de los Autoramas en mi mp4. Eran las cinco de la mañana y la calle estaba llena de linyeras mugrientos y más borrachos que yo que me miraban y volvían a dormirse con desprecio. Tuve miedo, pero también creí que podría volar como un globo de helio si algo me amenazaba. Me acordé de todas las canciones lindas que mi madre me cantaba cuando estaba en la cuna, deseé estar con mi madre, volver a odiar a mi padre, renegar mi nombre, borrar el tatuaje idiota que tengo en el hombro. A eso de las 7 me terminé cansando, ya estaba en Puerto Madero hacía rato sentada en un banco mirando los restoranes caros. Me tomé un colectivo y me fui a lo de mi madre, le toqué el timbre mucho rato, pero nadie me respondió nunca –contó Bruna, y a todas nos dieron ganas de llorar hasta la orfandad.

Laura se había descalzado y se puso a bailar con las manos en el aire, dando vueltas como un trompo, como una calesita borracha. Las terminaciones de las manos eran las de una bailarina y la música en la vitrola era de Fela Kuti. Los tambores africanos marcaban el ritmo y ya no pertenecíamos al tiempo. Bruna siguió a Laura y empezaron a bailar una danza sin sentido. Yo seguí bebiendo de mi cerveza, soñé con elefantes de colores y mujeres negras que amamantaban a sus hijos, aunque Fela Kuti no era eso. Sentí que iba a morir de felicidad y quedé dormida en el suelo con sensación de eternidad en la boca.

6

A la mañana siguiente me desperté con un terrible dolor de cabeza. Laura y Bruna estaban desnudas en el piso y abrazadas a una pila de libros en portugués sobre animales salvajes. Toda la casa estaba en penumbras, pero de la claraboya en el techo parecía entrar un tenue halo de luz. Me levanté rápido y fui esquivando las cosas hasta llegar al baño. Me miré en el espejo y vi escrito en mi frente con un marcador azul el semema “puta”. Me reí. También vi que en mi espalda habían escrito “cerveza”, “cuerpo”, “mordedura”. Todas esas cosas me resultaban hermosísimas y poéticas. Odié mi cuerpo por ser mujer.

Cuando bebo mucho durante la noche, al día siguiente despierto deseándome hombre, tanteo mi entrepierna buscando un pene y un par de testículos y sólo encuentro la hendidura natural de mi vagina y la desprecio. Después de dos aspirinas vuelvo a amarme y a ponerme el corpiño en un ademán que dura 20 minutos.

Yo amo la delicadeza.

Laura despertó cuando sintió mi cuerpo deslizándose hasta el cuarto de baño y fue a encontrarme ahí, aún desnuda, delicadísima. Me saludó con una sonrisa y me preguntó si quería un café, y era tanto lo que yo deseaba un café que tuve que aceptar. Bruna seguía dormida en el piso así que tuvimos que despertarla con palmas y golpes suaves en la cabeza. Ellas tenían sus senos dibujados con el mismo marcador azul que me señalaba como puta en mi frente. Los dibujos en sus senos eran de duendes y flores y cosas aún más ridículas que no logré entender. Bruna se puso una remera y una bombacha y aceptó sonriente el café que nos trajo Laura.

No hablábamos nada, nos mirábamos a veces y escuchábamos un disco de Caetano Veloso cantando en inglés. Estábamos transportadas o no estábamos en lo absoluto.