viernes, 1 de mayo de 2015

Preludio

Afuera las cuatro.
Adentro la música corriendo como un frío por su espalda.
Improvisó una lágrima acompañada de una sonrisa. Los dientes blancos contrastaban con la sangre que manaba de las encías, con los labios gruesos color violeta. Se puso el vestido de flores, el que tenía esa cadencia así, como a ella le gustaba. Después de tantas horas había que sacudirse el sueño, el silencio anodino en el que había estado recluida por antojo de vaya a saber qué mecanismo de la psique. Había que pronunciar el nombre, la manera en que hacía sonar los huesos de los dedos, el bostezo y las lagañas, detallar cómo estaba sentada (en cuclillas, anticipando el salto hacia la realidad), todo para revolver en la memoria los contornos de su cuerpo, los bordes que la diferenciaban de las cosas, los otros objetos. Estaba ahí. Nacía de la música.