martes, 8 de diciembre de 2009

Reíte, dale, estoy parodiando tu muerte, estoy parodiando tus restos y a la mujer que camina por los senderos de tu cementerio (te moriste y lo volviste tuyo, propio, una extensión de tu sonrisa). Mi vientre es un tambor y en el pecho resuenan los alaridos de los perros que custodian tu belleza. De la mano húmeda se desprende una madre gusano que se retuerce sobre sí misma y de la mejilla te crecen hormigas coloradas que recorren tu cuerpo, y ríen, porque esta es la venganza de cuando las quemábamos con la lupa al sol. No llores, nene, te estoy hablando. Mirá cómo las piernas bailan al compás de la lluvia y la tierra se moja, el pasto se moja y los crucifijos se tambalean como en una película de terror. ¿No ves que esto es ridículo? Tu madre llora y se le agiganta el tórax. Tu padre se comprime más y más hasta parecerse a un niño; él no llora. En tu cuarto quedó sonando una canción de Spinetta y las paredes, no las ves, pero están llorando también. Todos lloran. Y vos tenés que reírte, lobo, reíte porque esto es provisorio y nunca real. Antes de esta escena hubo poemas y canciones que te decían cómo era, y vos aprendiste actuar. Actuá ahora para mí, dale, que ya no queda noche ni mediodía ni más horas. Reíte porque te podés sacudir de las prisiones y de la anarquía. No más socialismo, capitalismo, comunismo, proxenetismo. No más retórica para explicar cómo nos sentimos. Y te prometo que si te reís tu madre ya no llora. Que si te reís no hay silencio ni imposibilidad del lenguaje que valga. Desterramos a Lacan, Saussure, Freud, la poética irrisoria de Mallarmé y a todos así de rápido, con una carcajada tuya. Y bailá, nene, que ya no pueden decir más.