lunes, 14 de junio de 2010

Al reverso sigo estando atravesada. No hay misiles ni puntas de espada, tampoco espacios vacíos de recuerdos. No hay sombras, ni pies descalzos en las baldosas del baño. No me veo a mí misma de vestido, correteando por los pasillos del piso del edificio en el que está mi casa. Veo sí mi rostro de niña afiebrado, las ojeras oscurísimas, una recomendación absurda de taparme de líquido hasta que me revienten los poros y no cubrirme de mantas regordetas. En algún sitio está el primer vómito y esa sensación vertiginosa de atragantarse con el carozo de una aceituna en la cocina de mi abuela. Pero el reverso no es nunca una autobiografía, ni un disparso que me aturde de imágenes: sólo sensación, pura sensación. Sé gritarme a mí misma que el poema no es imagen (golpear a Potebnia hasta el cansancio), fingirme sola, sentirme sola y finalmente estar tan sola que el pecho se agiganta y se hace añicos y me regodeo en mi miseria y mi holgazanería con la satisfacción final de verme convertida en sillón o en algún otro objeto ridículo. Y además el invierno o 18 de julio convertidos en escenarios que ya no sirven y molestan. Molesta caminar por Montevideo y no sentir nada, ni un instantáneo cosquilleo de misericordia o empatía hacia nadie.
Hay una mujer que escribe cartas para sí misma y las envía a una dirección desconocida en un país que quizá ni siquiera existe. Y es como romper un cascarón (decir estas cosas, de esta manera, revelando ya que no puedo escribir, que no puedo decir absolutamente nada que sea válido), salir al otro lado del espejo y no encontrar una tabla de ajedrez, sino una versión más aterradora de mí misma. (Una vez alcanzadas la simplicidad y la plenitud una quiere volver a donde se encontraba antes {recluida en un rincón -imagen-, maniatada, amordaza por una misma, ser secuestrador y víctima a la vez}).
Al reverso no estoy yo ni lo que quise ser, sino una sensación de hijoputez o de aferrarse a la memoria de cosas que no vuelven. (Como el himen, por ejemplo, quise conservarlo aunque ya no estuviera y mitificarlo como a un santo de membrana). Y tantos meses desdoblada, tan bifurcada y re-podrida, para sentarme hoy con la luz sobre la cabeza y repasar los bordes de mi piel y darme cuenta de la farsa. Debí notarlo ni bien me encontré limitada a sólo hablar de tetas y pijas, y labios temblorosos y mierdas como esas. Tuve que sentirlo cuando me reí a carcajadas por la calle y le hice guiños a algún tipejo que me dijera obscenidades con los ojos tan lascivos como podía. Pero seguí pidiéndome adultez, seguí reclamándome a mí misma vida y sexo y amor y contensión. Me perdí, quiero decir. No como una mujer que quiere embarazarse (por algo se ama a Onetti), pero sí como una que se desconoce a sí misma. Bueno, yo no nací para algunas cosas (resignación final, principio de angustia), pero qué bueno es salirse de la adolescencia de vez en cuando.