viernes, 5 de septiembre de 2008

Mayúscula.
Mayúscula interminable en el aire.
Necesito no hablar, no dejar que las palabras escapen de mis labios. Cerralos en el vientre de semen que es Montevideo, contaminado por algún zapato, algún cuerpo extraño fabricado de espinas y humareda mientras los niños cierran los ojos y las damas de crochet envuelven su virginidad en mismanoscomovaginas.

Mi nombre se define en un solo movimiento masturbatorio. [Soma]. Lo he gritado desde mis vísceras y el aliento nocturno de los sexos compartidos.
Ella gime con los pies y sus ojos se hunden en la viscocidad de mi pelo. Más tarde sé que mencionará lo despreciable de mi "alma", el entrecomillado absurdo de las alquimias revolcándose en mi cama. Y sé que tendré que asomar mi rostro entre sus piernas, rozar el mortecino vello de mi barba por esas piernas de acero nebuloso.
Estoy ahogándome en charcos de sífilis que no son más que el vómito de mí mismo. En esta semi-oscuridad construida distingo la brasa de su cigarro [Ella], que se hace más y más fuerte en cada chupada. El pasado se recrea en la ropa arrinconada y arrastrada por el suelo. Ella y sus sombras, ella y sus miles y millones de caras, de narices, de bocas, de miradas como estampitas religiosas.



1 comentario:

Otrora Elgrandi dijo...

El infierno que son los otros, y si esos otro tiene nombre particular y concreto, tanto mejor. Siempre es bueno ver a una mujer que nos vea mientras fuma lentamente.