domingo, 2 de agosto de 2009

Los pájaros sólo tiemblan en el oscuro.

“Pero quién habla en la habitación llena de ojos.

Quién dentellea con una boca de papel”.

Alejandra Pizarnik, “Continuidad”.

04.46 am: Ya no siento el teléfono ni los despertadores ni los gritos de las baldosas de las avenidas cada vez que camino sobre sus narices. Hoy podría ser un cenicero o el sueño de cualquier princesa y estoy tan roto que ya no vale de nada la vigilia, este esperarme a mí mismo para levantarme de la silla y buscar abrigo, beberme desde las entrañas para luchar con mi sombra que camina detrás de mis tobillos y que se mueve más que yo, camina más que yo, sueña más que yo. Tengo frío, siento el frío. Una prostituta me regaló una flor que se llama Buenos Aires y prometió que estas calles jamás serían nada sin mis zapatos, por eso dejé caer una gota de whisky en la entrada de mi casa y presioné el timbre de todas mis amantes para esperarlas sin dejar que mi cara se viera entre las líneas de la noche. Por eso me abracé a la infancia y al vientre de algún muerto, reclamé mi identidad y nadie respondió cuando mi caída se hacía carne o viento. Tengo frío, siento el frío. Alguien me bebe desde las sombras, alguien se emborrachó de mí y ya no recuerdo su nombre ni su cara.

05.23 am: Celebro el destierro de los pájaros. Mi memoria es un sendero que se bifurca y que se rompe en las raíces de los árboles que me contienen. Soy el dueño de la noche, un taxista endemoniado recorriendo la ciudad que no puede verse en el mapa y tengo miedo, pero estoy borracho. Mi ebriedad es una mujer en una sala de parto dándome a luz a mí y tengo que extirparle el útero para poder dormir a su lado cada mañana sin sentirme el aborto del suicidio, el pasajero número veinte en una estación de trenes que no van a ninguna parte.

05.34 am: Un hombre de rostro pálido preguntó mi nombre desde la otra acera. Ya no tengo miedo ni frío ni estoy ebrio. Absorbido por la noche transito los pliegues de mi cuerpo y de mi voz y me reconozco vivo por cada luz que se enciende, por cada peldaño que me toca subir para entregar estos diarios que no me pertenecen. Un titular reza: La rebelión de los candelabros ya es un hecho. Lewis Carrol estaría orgulloso de mi delirio, mi madre secaría sus lágrimas en el puerto viéndome partir, mi padre golpearía mi hombro como ofrenda de virilidad y mi hermana haría un traje con mis oquedades para que yo sea emperador de una tierra que lleva mi apellido. Con la retina dibujo las manos que no me abrazan la cara o las lágrimas que no dejé correr cuando ya era demasiado tarde para decidirme espectro. Cada vez que digo me convierto en melodía –y más que melodía soy el ritmo de una sinestesia-, cada vez que me agito sobre alguien me vuelvo ficción y entonces soy lo que un algo esperaba. ¿Y qué decir de mí si ya no siento los brazos, los muslos, la cadera? ¿Qué decir de mí si la ciudad se vuelve más y más convulsa y mis dientes no dejan de golpearse entre sí y mi lengua se disuelve en mi mandíbula? Ya no hay palabras para buscarme entre puntos y líneas y renglones. Sólo un dibujo se desprende de mi mano, sólo una tierra se deja erotizar por este andar abandonado.

05.55: Una orquesta de hormigas y ciempiés está cruzando hasta encontrarme, encienden una hoguera en mi pecho, se frotan las patas en el fuego de mis vellos y ya no tengo dónde esconderme. Soy la noche, pero ya el sol empieza a asomarse entre los edificios y esta hora se desliza inválida entre mis ropas. Buenos Aires o París o Tokio o los jardines de los que ya no se habla, están cubriéndose de sol y yo soy la noche. Me bebí en la noche. Besé las avenidas y los bulevares con bocas que no son mías y dibujé esta noche empapada de ojos que no se cierran nunca, de pestañas que bailan como si un piano estuviera marcándoles el ritmo. Soy la noche. Nadie detrás ni delante, sólo el sonido de mis pasos amortiguados por el frío y la niebla, el terror del cigarro quemándose entre mis dedos y la canción que canta un muerto para mis oídos o cualquiera de mis órganos. Quisiera poder hablarme desde adentro, pero esta voz no circunda el día. Los pájaros sólo tiemblan en el oscuro.

09.09: De regreso al fuego las sábanas son una montaña, una cueva, un laberinto impenetrable. Una risa se sacude en el aire y tengo que cerrar los ojos y sentirme vivo. Ya no hay nadie, sólo así se puede estar a salvo de uno mismo. Soy la noche, un príncipe del insomnio y de la luna. Ya no hay nadie, sólo el grito amortajado en una hora perfecta.




A un principito que me camina.

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